sábado, 7 de noviembre de 2009

La soga

Insistiría hasta que la permanencia le agotase la espalda. Casi sin pensamientos, ya sin candor, el debía decidir. Por instantes F se debatía entre el dolor de estar y la esperanza anudada en una soga, que le cercaba la ventana del todavía. Podía indudablemente apoyarse en el cielorraso. Podía consumir el oxigeno escondido en el. Podía imaginar al rio dentro de un buen tonel de vino. Podía ondularse. Rodar por el piso de madera encerado. Podía enloquecer de amor, con las notas del piano. Tomar la copa. Llenarla con lágrimas pasadas. Si, llenaría mil hasta que la última casi vacía, lo atrapase. Así atraparon las letras a ese libro roído por abusar del texto. F podía muchas cosas, pero estaba agotado. Fue ahí cuando F se aproximo a una mesa, se sacó los anteojos, liberó la ventana, decidió lo imperioso.
Se fue pensando en ella, su guitarra gastada, que lo acompañó en duras transas, en soledades, en manos corroídas, en cierta ilusión, en transito.

Ade