viernes, 15 de agosto de 2008

Envuelto en sueños

Todos los días Plácido salía a caminar. Era un ritual que lo acercaba a las más subterráneas sensaciones. Y hacia ritualmente el camino que lo llevaba hacia aquel lugar. Su refugio. Atravesaba el bosque y luego de unos pocos metros se encontraba tocado por aquel paisaje, que lo deslumbraba vistiéndolo. Vértigo y equilibrio se aunaban.
El río límpido, apenas totalizado de pasteles, fresco, activo, reflejaba su imagen queriendo abrazarlo. El sepia de los árboles se arremolinaba como una bomba centrífuga que transportaba vida.
Plácido respiraba profundamente y un tonel impenetrable de energía se apoderaba de su figura pequeña y encorvada. Plácido se perdía en el horizonte. Plácido regresaba a su casa con el sol cayendo y retrocedía a su refugio con el sol naciendo. Plácido vivía en total sintonía con el bosque. Un olor dulzón y silvestre lo envolvía en sueños por la noche.

Ade

1 comentario:

Ivanov dijo...

Esa vida dulce en un bosque me parece alucinante, solo la puedo conocer en la literatura y en recuerdos lejanos, saludos ade