jueves, 7 de agosto de 2008

Soledades

La ciudad desconocida se perdía en noche. Ella habitaba esa ciudad. Se detuvo a pensar. Sola, dudando, pero pudo detenerse. Pudo ver más allá. Todos caminaban apresurados. Se tocaban unos con otros, en ese ir hacia ningún lado. Nadie sentía nada, no podían, estaban escasos, anulados. Se cruzaban los pensamientos. Iguales pensamientos, distintos, iguales sensaciones, distintas. Por momentos parecían unificados, como un bloque. Fue entonces que el hombre pasó por el simulacro. Ahora es el común denominador de una humanidad fácilmente identificable. Ella pudo verlo, sólo pudo al detenerse, con ojos cansados. Lloró. Lloró ya sin pertenencias.

Ade

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